Después del cerebro, la mano es el tesoro más grande del
hombre y a ella se debe el desarrollo del trabajo de artesanía. Es a su vez un
órgano de expresión y un órgano especial de los sentidos para la estereognosia.
Las ideas están ligadas a las sensaciones y acciones de las manos no solo en
las actividades fundamentales concernientes a protección, comida, combate y
perpetuación, sino en la creación, tal como construir, dibujar, moldear y hasta
pensar.
La mano es una prolongación del cerebro y contrariamente,
gracias a la mano, el cerebro humano ha sido capaz de desarrollarse.
La indagación sobre el origen de las manos hace
retroceder en la escala animal hasta que se halla el principio de los miembros
en los primitivos elasmobranquios. En ellos se encuentra el primer signo, un
pliegue lateral a derecha e izquierda desde las branquias hasta el ano, en cuyo
interior los músculos crecen en el desarrollo posterior. Más tarde, la parte
media de cada pliegue estuvo deprimida y los dos extremos se hicieron más
pronunciados, quedó establecido el orden para todos los peces de tener dos
aletas pectorales inmediatamente por detrás de las branquias y dos aletas pélvicas
cerca del ano. Desde entonces este tetrápodo, o arquitectura de cuatro
miembros, ha persistido a través de todas las clases consecutivas de anfibios,
reptiles y mamíferos, hasta llegar al hombre.
Los primates conservan más elementos del primitivo patrón
de la mano. La mano primitiva era pentadáctila y tenía dos hileras de huesos
del carpo. Las manos de los diferentes primates, incluido el hombre, son muy
similares, y han cambiado muy poco, comparado con otros mamíferos, del tipo de
mano primitiva de los remotos anfibios. Sus íntimas variaciones son
adaptaciones a sus especiales actividades.
Con el tiempo, la mano humana adquirió funciones
sensitivas superiores a sus ancestros, por lo que alcanzó el carácter de órgano
sensorial. Sin esta capacidad el cerebro humano no lograría su desarrollo y
evolución y de esa manera las manos quedarían sin evolucionar con un patrón
primitivo, lo cual no permitiría al humano diferenciarse de otros animales.
El trabajo es la fuente de toda riqueza a la par que la
naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el
trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda
la vida humana. Y lo es en tal grado, que hasta cierto punto, se debe decir que
el trabajo ha creado al propio hombre.
El número y la disposición general de los huesos y de los
músculos son los mismos en el mono que en el hombre, pero jamás una mano
simiesca ha construido un cuchillo de piedra, por tosco que fuese, por eso, las
funciones para las que los antepasados fueron adaptando poco a poco sus manos,
durante los muchos miles de años que dura el periodo de transición del mono al
hombre, solo pudieran ser en un principio, funciones sumamente sencillas.
Los antepasados simiescos eran animales que vivían en
manadas. Evidentemente, no es posible buscar el origen del hombre, el más
social de los animales, en unos antepasados inmediatos que no viviesen
congregados. Por otra parte, el desarrollo del trabajo contribuyó de manera
forzosa a agrupar aún más a los miembros de la sociedad y los hombres en
formación llegaron a un punto que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a
los otros. La necesidad creó el órgano: la laringe, que se fue desarrollando
lenta pero firme hasta lograr el sonido articulado.
Primero el trabajo, luego y
con él la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya
influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro
humano. En la medida en que se desarrollaba el cerebro se desarrollaron también
los órganos de los sentidos; el sentido del tacto que el mono posee a duras
penas en la forma más tosca y primitiva, se desarrolló solo con la evolución de
la propia mano del hombre, por medio del trabajo.
El texto está sacado de:
LA MANO, ORIGEN, EVOLUCIÓN Y SU PAPEL EN LA SOCIEDAD.
Dr. RICARDO J. MONREAL GONZÁLEZ.